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domingo, 17 de julio de 2022
"ANÉCDOTAS junto a Raúl ALFONSÍN"
sábado, 16 de julio de 2022
El día que Alfonsín abría el camino a la democracia para siempre
El día que Alfonsín abría el camino a la democracia para siempre
El entonces líder del Movimiento de Renovación y Cambio de la UCR iniciaba una marcha que terminó con las elecciones del 30 de octubre de 1983 en las que se consagró como Presidente en el fin de la más atroz dictadura militar que reconozca la historia Argentina.
Raúl Alfonsín, un día como hoy, 16 de julio de 1982, hace 40 años, convocaba al conjunto del pueblo argentino a “marchar hacia la recuperación de los derechos y las libertades”, en lo que entrañaba, lisa y llanamente, un llamado a conquistar la democracia y ponerle fin a la más atroz dictadura militar que reconozca la historia del país y que iniciaba la retirada bajo la presión de la civilidad, al tiempo que el entonces líder del Movimiento de Renovación y Cambio de la UCR instaba a “conseguir la gran unidad nacional”, por entender que ello significaba el presupuesto básico para alcanzar el objetivo y dejar atrás no solo casi siete años de oprobio sino el nefasto medio siglo de inestabilidad institucional que había caracterizado a la Argentina.
Alfonsín ocupó esa noche de invierno del ‘82, el centro de la escena política al encabezar un multitudinario acto público en la Federación Argentina de Box (FAO) que, convocado por el Movimiento de Renovación y Cambio de la UCR que él lideraba, se convirtió en el primero de los mítines políticos que se realizaba al filo de formalizarse el levantamiento de la proscripción de toda manifestación de esa naturaleza por parte del gobierno de facto. De todos modos ello no adquiría ninguna relevancia para el líder renovocambista que antes que la dictadura desactivara tal prohibición había resuelto acelerar sus pasos con el propósito de que el radicalismo asumiese el desafío de, con vocación mayoritaria, disputar el poder en las elecciones que marcarían la salida hacia la institucionalidad del país.
El liderazgo de Alfonsín atravesaba, en los albores de la década del ’80, las fronteras de la UCR y concitaba apoyo en una amplísima franja de la sociedad argentina. La atención que se posaba sobre aquel referente radical no era circunstancia del momento del país sino la consecuencia de un protagonismo que encontraba sólidos cimientos en aquella lucha sin desmayo que había iniciado desde las entrañas del radicalismo allá por los años ’50. Cuando las Fuerzas Armadas asaltaron el poder el 28 de junio de 1966 y derrocaron al Presidente radical, Arturo Illia, ese por entonces joven dirigente radical ya a trajinaba los “polvorientos caminos de la República”, al decir de Ricardo Balbín, quien por entonces era jefe indiscutido partido fundado por Leandro N. Alem.
Con el peso de la historia de un partido que ya era por entonces casi centenario sobre sus espaldas, Alfonsín pronunció un vehemente discurso que, como era su costumbre, quedó muy lejos de las meras consignas y frases de ocasión. Por el contrario, a lo largo de casi una hora desarrolló en una memorable alocución los trazos centrales de un proyecto de carácter político que venía amasando desde casi dos décadas y que se asentaba en dos conceptos que juzgaba inescindibles: Uno, Democracia y el otro Paz, consciente que tal ecuación era imperiosa que se encarnase en la sociedad a partir de las circunstancias que envolvían a la Nación al quebrantarse su institucionalidad con el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 que fue corolario de una etapa de violencia que se había instaurado con el asalto al poder de las Fuerzas Armadas para derrocar al gobierno constitucional de Illia.
Alfonsín mixturaba en su prédica los principios fundacionales de la Unión Cívica Radical y los rasgos centrales de ese proyecto político que no se agotaba en la necesidad de volver al imperio de la democracia sino que a ella, además, había que dotarla de lo que él definía como una democracia con contenido social desde su convicción de que, al mismo tiempo que había que recuperar las libertades conculcadas, era imprescindible responder a las acuciantes demandas de una población hambreada como consecuencia de la política económica y social que había impuesto la dictadura
Sin que existan en el presente registros audiovisuales de acto, las crónicas publicadas por diarios y revistas de la época y documentos históricos permiten reconstruir, con cierta veracidad, algunos de los pasajes más relevantes del discurso que esa noche pronunció Alfonsín, quien fue precedido en el uso de la palabra por Marcelo Stubrin, quien era por entonces un reconocido joven referente de la Juventud Radical y de la Junta Coordinadora Nacional porteña sobre la que había recaído el desafío de la convocatoria al acto que tuvo lugar en el estadio, situado en Castro Barros 75, en pleno barrio de Caballito de la entonces Capital Federal y cuyas instalaciones albergaron a algo más de 5 mil personas mientras que un número aún mayor debió seguir el mitin desde la calle.
Diario Clarín – Edición del sábado 17 de julio de 1982.
Diario La Nación – Edición del sábado 17 de julio de 1982.
Cuando los relojes marcaban las 19:30 de aquel viernes 16 de julio de 1982, el locutor encaró el inicio formal del acto y, unos pocos minutos después, presentó al primero de los oradores. Stubrin, a quien sus correligionarios ya le reconocían su condición de brillante orador, se ubicó en el estrado ante los micrófonos y se lanzó a pronunciar un discurso que, desde principio a fin, tal como se esperaba, tuvo un alto voltaje político lo que hizo que fuese interrumpido por los asistentes en reiteradas ocasiones.
El joven dirigente arrancó su alocución con una directa condena a la “represión ilegal” que, dijo, había desatado la dictadura tras el golpe de Estado perpetrado el 24 de marzo de 1976 y, de inmediato, destacó la presencia en las tribunas de la FAO de familiares tanto de las personas que se hallaban bajo la tétrica figura de “desaparecidos” como de que los detenidos políticos. Con tono y gesto desafiante remarcó: “Ha llegado el momento del pueblo”, lo que provocó una ovación de la multitud que se concentraba dentro y fuera del estadio que agitaba, en medio del tronar de los bombos, banderas partidarias y de la Franja Morada, brazo universitario de la UCR. Las cánticos cesaron al momento en que Stubrin avanzó en su discurso que, básicamente, giraba en torno a convocar a los radicales a construir las condiciones para que el partido se constituyera en nervio motor de una mayoría para disputar el poder en las elecciones que abrirían el camino hacia la recuperación de la democracia.
“¡Ha llegado el momento de los más!”, exclamó Stubrin casi sin darse respiro para graficar que el pueblo argentino debía marchar resueltamente a la conquista de la democracia. La respuesta a aquella frase no fue otra que una renovada ovación de la militancia radical que lo interrumpió una vez para corear durante varios minutos la consigna: “…juventud, radical, en la lucha popular…, juventud, radical, en la lucha popular”.
Stubrin reivindicó el “coraje” de los hombres y mujeres “maduros” y “jóvenes” –expresó- que ya fuese en el ámbito de los claustros universitarios, en las fábricas o en la calle, cara a cara habían desafiado y enfrentado la “brutal represión” del gobierno militar y sostuvo entonces que “del pueblo depende que se concreten las exequias del régimen militar”, refiere una de las tantas crónicas periodísticas publicadas en los diarios de la época en sus ediciones del sábado 17 de julio de 1982.
Al compás de la vehemencia con que Stubrin hablaba la temperatura política del acto iba in crescendo tanto como el calor que derivaba de la muchedumbre concentrada en las tribunas y en el resto del gimnasio de la FAO. Y para quienes estaban fuera del estadio, desde hacía ya más de dos horas, el frío invernal no hacía mella ya que el entusiasmo que desataba cada frase del joven orador les servía para disipar los efectos del frío.
Al concluir el discurso de Stubrin, solo mediaron un par de minutos y el locutor cumplió con la presentación de rigor de Alfonsín, quien subió al estrado y su rostro irradiaba cordialidad y afecto hacia los asistentes tanto como una evidente satisfacción por la más que numerosa concurrencia -superaba ampliamente todos los cálculos previos de los organizadores- al tiempo que el semblante del líder dejaba entrever que se aprestaba a pronunciar un discurso de tono severo al influjo del escenario político del país. El fervor, que ganaba a la abigarrada muchedumbre que coreaba con insistencia “…Alfonsín…, Alfonsín…, Alfonsín…” dio paso a cierta morigeración al escuchar al líder radical decir “…amigas y amigos…” al arrancar su alocución que comenzó con una suerte de invitación a –dijo- “reflexionar con seriedad sobre los problemas de nuestro país para marchar hacia la recuperación de los derechos y las libertades y conseguir la gran unidad nacional”, dice una de las crónicas periodísticas que refleja en buena medida el discurso del líder radical que lanzó luego el primero de los ataques verbales hacia la dictadura gobernante al manifestar que el gobierno de facto “con su represión ilegal, brutal, sesgó vidas, y eso exige explicaciones”.
Alfonsín fue paulatinamente levantando el tono de su voz que y ya enérgico descerrajó otra ofensiva dialéctica hacia los jerarcas militares y la represión que habían ejercido, Y eligió detenerse en el caso de aquella que habían sufrido los jóvenes que “fueron sospechosos de ser delincuentes por el simple hecho de ser jóvenes y ahora se busca que no se eduquen para que no sean capaces de rebelarse”. La frase –también reflejada en uno de los diarios de la época- por supuesto desató una aclamación que provino claramente desde la militancia juvenil y contagió, por supuesto, al resto de los asistentes dentro de la Federación de Box como a quienes se hallaban en la calle pero Alfonsín siguió: “En los últimos seis años los jóvenes sólo debían ir a la facultad a estudiar y nada más y a la fábrica a trabajar y nada más porque aquel que luchara por alguna reivindicación se convirtió en sospechoso”.
Diario La Nación – Edición del sábado 17 de julio de 1982.
El líder radical centraba, paso a paso, cada uno de los costados más sensibles de la situación del país. Y habló de “la pobreza, la indigencia y de la desesperación de los sectores más oprimidos” y agregó: “Hemos llegado a este estado de cosas por el imperio de una minoría agresiva y totalitaria que ya no es una oligarquía terrateniente sino financiera ligada al capitalismo internacional. ¡¡¡Esta oligarquía busca ‘las botas’ por falta de votos en defensa de sus privilegios!!!”, exclamó y provocó una nueva ovación de los asistentes al acto, dentro y fuera del estadio, que reaccionaban con aplausos, gritos y proferían insultos hacia los genocidas jerarcas de la dictadura.
Cada frase o reflexión de Alfonsín en su ofensiva dialéctica contra el gobierno de facto de entonces se asemejaba a un impiadoso latigazo sobre la silueta de aquella dictadura y la muchedumbre reaccionaba con aplausos o una ovación mientras los bombos tronaban sin pausa hasta que el líder radical proseguía con un discurso que no sólo se reducía a lanzar durísimas críticas al gobierno sino a dejar planteados aspectos de su propuesta que, en verdad, ensamblaba el más puro acervo doctrinario radical y claros rasgos del proyecto político que, de alguna manera, el líder de Renovación y Cambio guardaba in pectore con el propósito de desarrollarlo en el curso de la campaña electoral que sobrevendría e, incluso, en el caso de que el radicalismo desembarcara en el poder como consecuencia de una victoria en las elecciones que, por entonces, nadie podía establecer cuándo se celebrarían.
En otra nota periodística se señala que Alfonsín exhortó aquella noche a lograr “la unión nacional” y advirtió que existían “peligrosas tendencias de disolución nacional” a las que se debían oponerse “con denuedo y coraje las fuerzas cohesivas históricas que residen en el pueblo”, dijo y dedicó una alusión directa a las mujeres argentinas que –sostuvo- “han sufrido el dolor reiterado de ver a sus hijos reclutados por la guerrilla, castigados por la represión o conducidos a la guerra o a la humillación de la derrota”, con lo que el líder radical refería a las distintas circunstancias en que habían quedado envueltos los jóvenes.
Por supuesto, Alfonsín encaró resueltamente la cuestión de quienes la dictadura había ubicado bajo la horrorosa categoría de desaparecidos a aquellos que habían sido víctimas del secuestro y de cuyos paraderos nada se conocía y, ya entonces, dejó entrever la actitud que asumiría en caso de convertirse en Presidente. Juzgó que se trataba de un “un desafío” que alcanzaba a “todos los estamentos” y que “no debe ser heredado por la democracia” sin que de ella surgiese “una respuesta moral”. “Si bien es cierto que no podemos alentar un espíritu de venganza, tampoco podemos dejar de ejercer un modo de acción ético”. Tal definición tuvo efectivamente correlato.
Cuando ya era formalmente candidato presidencial de la UCR explicitó que existían “tres niveles de responsabilidad” en la represión que la dictadura había desplegado tras el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y, en ese contexto, tras asumir la primera magistratura del país, luego del triunfo en las elecciones del 30 de octubre de 1983, impulsó la derogación a través del Congreso de la llamada Ley de Autoamnistía que había dictado el gobierno de facto antes de abandonar el poder y activo desde el Parlamento la reforma al Código de Justicia Militar que dejó abierta la instancia de revisión por parte de la Justicia civil de lo actuado por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas –el tribunal natural de justicia militar- en torno a las violaciones a los derechos humanos que los jerarcas castrenses habían cometido lo que disparó el histórico “Juicio a las Juntas” que, en su sentencia, condenó a prisión los condenó a prisión.
“No habrá democracia sin Fuerzas Armadas democráticas”, expresó Alfonsín en aquel discurso de hace 40 años –refiere otra crónica de la edición de un matutino del 17 de julio de 1982- y al ahondar en esa cuestión -según se refleja- el líder radical dijo existieron “dos errores de la civilidad. a) Cuando la ignoró como si no existiese y b) cuando se quiso influir, pero se llegó, por la necesidad de no irritar, a actitudes complacientes y claudicantes”. “Debemos decirle a los militares que no nos hemos juntado para derrotarlos. Pero también advertirles que estamos absolutamente decididos a impedir la derrota del pueblo argentino”, expresó.
En otro pasaje de su discurso –de acuerdo a las crónicas periodísticas de diarios y revistas- Alfonsín se pronunció por “cambios en la educación militar para que dejen de ser víctimas de una minoría que los utiliza como brazo armado de un esquema de dominación social, y sepan rechazar el manipuleo del Pentágono”, tras lo cual el líder radical –se apunta- dijo que las minorías económicas favorecieron la especulación impidiendo el desarrollo” y que para ello buscaron “el auxilio de las botas por falta de votos”.
Alfonsín se refirió a los efectos nocivos que provocó para los trabajadores y los jóvenes la política económica y social del gobierno militar y, en ese sentido, habló de una “etapa de absoluta injusticia” en la que “el salario fue la variable de ajuste de una conducción económica que oficializó a la usura y sometió al pueblo a la indigencia”, al tiempo que criticó la política de reducción del presupuesto en materia de educación por lo que los estudiantes fueron sometidos “ a disciplinas cuarteleras”, mientras que los obreros se convirtieron en “sospechosos” por “el mero hecho de defender sus reivindicaciones”.
En otro tramo de su discurso, Alfonsín se refirió específicamente a la situación sindical. “No puede haber democracia sin sindicatos democráticos” porque “la democracia necesita sindicatos fuertes, capaces de hacer valer los derechos de los trabajadores” y que sean “independientes del gobierno, de la empresa y de cualquier parcialidad política”, sostuvo.
El líder del Movimiento de Renovación y Cambio –según refiere otra crónica periodística- critico la política internacional del gobierno de facto “que llevó a un presidente argentino a felicitar a un militar que interrumpió el proceso democrático para favorecer a los traficantes de droga” y trazó un contraste con la política exterior del gobierno radical del Presidente Illia, quien –apuntó Alfonsín- “cuando un general atrevido le pidió autorización para enviar tropas a Santo Domingo, le respondió con serenidad y firmeza que ningún soldado argentino mientras él fuese Presidente hollaría la patria de otra nación”.
Al cabo de 50 minutos Alfonsín cerró su discurso en aquel acto de la Federación de Box con una renovada convocatoria a forjar la unidad nacional. Después, tal como refieren testigos de ese histórico mitin, la desconcentración de la multitud estuvo marcada por el fervor en las calles del barrio de Caballito y no hubo ni el más mínimo incidente con el personal policial que continuó con su tarea de ordenar el tránsito que había quedado interrumpido sobre la Avenida Rivadavia y otras arterias de la zona.
Por cierto, tras aquel acto, llegarían los meses en que los partidos políticos iniciaron su reorganización y, en ese contexto, el 31 de julio de 1983, el líder de Renovación y Cambio Alfonsín se convirtió en jefe de la UCR y quedó convalidada su candidatura presidencial por parte de la Convención Nacional partidaria de cara a las elecciones que se realizaron el 30 de octubre y en las que el radicalismo logró un triunfo categórico y Alfonsín se convirtió en Presidente electo.
La memoria colectiva de la sociedad suele recordar los multitudinarios actos que el candidato radical encabezó durante la campaña hacia aquellas elecciones del 30 de octubre de 1983. Sin embargo, quizás sea conveniente reparar que lo sucedido el 16 de julio de 1982 en la FAO, hace 40 años, fue clave en el inicio de una marcha firme para construir el retorno a la democracia que el 10 de diciembre próximo cumplirá 39 años de vigencia ininterrumpida en la Argentina.
Leandro Vivo para Redacción Nuevos Papeles.
Raúl Alfonsín Primer Acto Político Público 1982 Federación de Box
Imágenes del acto de Raúl Alfonsín en 1982.
Matías Méndez 16/07/2022 - 6:11
Un día como hoy, en 1982, el radicalismo hizo el primer acto público después de seis años, tres meses y diecinueve días de silencio impuesto por la dictadura. Esa acción audaz obligó a levantar la veda.
Una amplia mesa daba la bienvenida a los que se animaron a ir hasta la Federación Argentina de Box. El lado A de la expectativa militante era anotar los teléfonos particulares o laborales de los jóvenes que llegaran. El lado B, parar a los posibles infiltrados y provocadores.
No había teléfonos celulares, ni correos electrónicos. Había un hombre, se llamaba Raúl Alfonsín y tenía 55 años. Ese viernes 16 de julio hablaba y el microestadio de Castro Barros 75 se empezó a llenar a borbotones.
No fue un año más y ese mes la taba se dio vuelta definitivamente. Reynaldo Bignone entró en lugar de Leopoldo Fortunato Galtieri y comenzó a desandar el fin de los años crueles. Malvinas había demostrado que ─dispuestos al combate─ tampoco servían para eso.
La inflación galopante devoraba el salario y las quiebras habían aumentado el 132 por ciento en un mes. José María Dagnino (sí, se lee dañino) Pastore en Hacienda, y Domingo Cavallo en el Central, bailaban al compás del dólar paralelo que bordeaba los 60 mil pesos; mientras que el del Banco Nación fluctuaba debajo de los 40 mil.
Las pizarras de las casas de cambio de la city porteña se servían en el menú informativo del mediodía televisivo.
El alfonsinismo quería cargarse a los personeros de la vetusta UCR del “modelo camaleónico clásico”, como define uno de los protagonistas de esos días. Sentían que diez años después de la derrota con Ricardo Balbín, esta vez no se les podía escapar. Había llegado el tiempo de la batalla limpia y de las elecciones libres, sin los sin los dos líderes que habían sellado la paz en el abrazo de Gaspar Campos.
Con Perón y Balbín fuera, era el tiempo de Alfonsín.
Los jóvenes radicales de la Coordinadora porteña no sumaban mucho más de un centenar y con eso salieron al ruedo. Un volante cargado de amateurismo llamó al primer acto público, bajo la consigna “Que nos devuelvan el país”, y agregaba “convocamos ya a la juventud para conquistar el futuro”. Las firmas del Movimiento de Renovación y Cambio, la Junta Coordinadora Nacional y la Franja Morada completan el combo al pie de la invitación.
volante del primer acto político en medio de la dictadura.
La Policía Federal Argentina aún agitaba el fantasma del art. 183 del Código Penal, con penas de prisión de un mes a dos años. Repartir una publicación, pintar con aerosol una pared callejera, pegar una aficheta o una oblea adhesiva, era jugársela.
Podías terminar demorado, preso o quedarte sin libreta ni carrera universitaria. El “no te metás” había ganado su batalla cultural por knock out.
Una delegación de Madres de Plaza de Mayo con sus pañuelos blancos y familiares de detenidos-desaparecidos llegó temprano y se ubicó frente al escenario. El clima creció minuto a minuto y la idea de tomar nota de los nombres de quienes asistían se cayó.
La mesa terminó a un costado, el pasillo parecía aún más angosto y los militantes -montados sobre ella- alentaron el ingreso de la marea de gente. “Se va a acabar, se va a acabar… la dictadura militar”, marcó el ritmo de los que iban llegando.
Los diarios porteños de mayor tirada publicaron que hubo cinco mil personas; las coberturas internacionales, ocho mil, y uno de los que crecía en ventas en los barrios populares, inició su nota con “Más de diez mil”.
Todos coincidieron en la preeminencia juvenil de la concurrencia. Ninguno hizo tapa, no tuvieron real dimensión de ese día.
La mayoría de los que pudieron entrar y de los que quedaron fuera nunca habían escuchado a Alfonsín, tampoco habían concurrido a un acto partidario. Sin embargo, tenían denominadores comunes.
Los más grandes sintonizaban la primera mañana radial de Magdalena Ruíz Guiñazú que criticaba sin titubeos al elenco gobernante. Miraban Nosotros y los miedos, el ciclo nocturno de unitarios que analizaba los problemas cotidianos, con un gran elenco: Aldo Barbero, Ricardo Darín, Graciela Dufau, Cristina Murta, Ana María Picchio, Rodolfo Ranni, y Olga Zubarry, entre otros.
Venían de ver la recién estrenada Plata dulce, última película de la factoría Ayala-Olivera. Y reservaban Humor, para leer los reportajes de Mona Moncalvillo y devorarse los análisis de Enrique Vázquez.
Con el respaldo de haber atravesado sin flaquear la efervescencia estudiantil setentista, Marcelo Stubrin fue el encargado de abrir con su discurso el camino a la democracia. Cuarenta años después, reconstruye los llamados y las amenazas que recibió desde la Rosada.
Bignone había anunciado que iba a levantar la veda que prohibía toda actividad política, pero la firma se hizo esperar. Un par de altoparlantes ubicados en las afueras debían replicar la palabra de los oradores. Su colocación fue eje de la disputa minutos antes del comienzo. Hoy reconoce la tensión creciente y asegura que, al entorno presidencial, “los descolocó la audacia de llevarlo a cabo, a pesar de todo”.
“El acto los obligó, caso contrario, había ilegalidad manifiesta”, subraya con su artillería verbal característica.
El personal uniformado de la Federal, superado por la masiva concurrencia, solo atinó a cortar el tránsito entre Don Bosco y Rivadavia. Desde sus autos sin identificación, personal de distintas estructuras de inteligencia se dedicó a fotografiar a la concurrencia (un viejo mecanismo de amedrentamiento). Otros tantos ingresaron y se mimetizaron en las tribunas, su falta de entusiasmo los delataba.
El discurso de Raúl Alfonsín
Raúl Alfonsín en el acto en la Federación de box.
Stubrin comenzó rindiendo homenaje a los muertos y desaparecidos e invitó a “derrotar a la muerte que se ha enseñoreado sobre la Nación”. Lamenta no tener ni una solo foto de esa noche iniciática y confiesa que “lo único que quería era terminar”.
Sabía que la gente había venido a escuchar a Alfonsín y que nadie tenía muy en claro cómo iba a salir de ahí. Reconoce que lo sorprendió la poca gente que conocía cuando empezó a mirar hacia las tribunas. Hoy tiene la certeza que “mucha gente que fue activa y relevante en la política argentina se incorporó a la militancia ese día, en ese mismo acto”.
También julio fue el mes en que se desencadenó el fracaso futbolístico de España. Un Diego Maradona de barba tupida y un Menotti que no le encontró la vuelta. Íbamos por la segunda copa del mundo. Volvimos con tres derrotas en cinco partidos. Nada le salía bien a la Argentina de esos días.
“Estructurado, reflexivo, programático, profundo e inteligente”, así rememora Stubrin a un Alfonsín encendido que, pasadas las ocho de la noche, arremetió con un extenso discurso enfundado en un traje gris oscuro de tres piezas y corbata azul con diminutas líneas doradas en diagonal, anudada al cuello de su camisa blanca.
Con la voz en alto, alertó sobre la posibilidad de que se consumara “un fraude gigantesco para permitir el acuerdo entre las cúpulas militares y civiles responsables del fracaso”.
A su vez, afirmó que “solamente la creación de un claro liderazgo democrático, dispuesto a enfrentar con valentía los problemas nacionales, resueltamente convocante y puesto al frente de un proceso de transformación social, puede resolver el problema de la necesaria supeditación de las Fuerzas Armadas al poder civil”.
Y agregó que “los militares deben dejar de ser víctimas de una minoría que los utiliza como brazo armado de un esquema de dominación social”.
También le habló “a la mujer argentina, que ha sufrido el dolor reiterado de ver a sus hijos reclutados por la guerrilla, castigados por la represión o conducidos a la guerra o a la humillación de la derrota”. Y criticó “esta Argentina decadente y corrompida que ha determinado que ser joven es un delito”.
Había un agregado generacional de pibes y pibas que a la UCR se le habían escurrido con el frondizismo. Alfonsín lo entendió instantáneamente, los convocó a la epopeya de la reconstrucción para que “sean los grandes renovadores de las ideas”.
“La democracia moderna necesita sindicatos fuertes, capaces de hacer valer los derechos de los trabajadores, independientes del gobierno, de las empresas y de cualquier parcialidad política”, añadió el retador, que arrancó aplausos cuando apuntó sus dardos contra la burocracia sindical.
“Mi programa es la Constitución”, repetía Hipólito Yrigoyen como un mantra. Finalmente, cincuenta años más tarde, el líder de Renovación y Cambio proponía como tarea básica defender los postulados del preámbulo de la Constitución Nacional. “Ya teníamos un nuevo Alfonsín, uno que arrancó para no detenerse más”, sintetiza Stubrin.
El moscato, las gaseosas, las porciones de muzza y fainá de Tuñin, la pizzería de la esquina, fueron mudos testigos de los intercambios telefónicos que parieron comités en las más diversas zonas de la ciudad y el conurbano. Había hambre de ser protagonistas y de abonar el camino de un hombre que acababa de conmoverlos como nunca nadie lo había hecho.
Sin calendario electoral previsto, ahí mismo nacieron amistades, amores y lealtades incondicionales que aún perviven. Todas mancomunadas en el sueño de ver a Alfonsín presidente.
La recuperación de la democracia definitiva, las libertades públicas, y la alternancia sin proscripciones que llegó en diciembre de 1983, comenzó a gestarse un año y medio antes en el porteño barrio de Almagro. Una generación de jóvenes envalentonados iniciaron el camino de la campaña del hombre que hacía falta y que hasta ese día solo parecía el actor principal de una utopía irrealizable.