TAPIALES ES BIEN BELGRANIANO
Antes de desarrollar, dos aspectos importantes de Manuel Belgrano (Educación y Ecología), desde mí perspectiva, digo que: "Tapiales es Bien Belgraniano".
Por qué?
Porque hay 3 sitios constitutivos que desarrollaron, desarrollan y desarrollán la Vida de varias generaciones de vecinos (tres, 3, ej. mis abuelos maternos, mí mamá, Yo y la nueva generación).
Estos sitios son:
1) El Colegio Primario Nro. 2 "Manuel Belgrano"
2) La Plaza de La Bandera.
3) Busto del General Manuel Belgrano (placa 20 de junio de 1977)
Por otro lado, compartiré fotos de los distintos momentos de "Manuel Belgrano en el Barrio", en una de las fotos está La Presidenta del Instituto Belgraniano de La Matanza, Sra. Arsenia Rodríguez.
Educación y Ecología, dos aspectos fundamentales de nuestro Prócer.
Manuel Belgrano (3/6/1770 - 20/6/1820), era hijo de un comerciante genovés radicado en Buenos Aires, don Domingo Belgrano Peri, y de doña María Josefa González Casero.
EDUCACIÓN
En 1793 Belgrano se recibió de abogado y al año siguiente, ya en Buenos Aires, asumió a los 23 años como primer secretario del Consulado. Desde allí se propuso fomentar la educación y capacitar a la gente para que aprendiera oficios y pudiera aplicarlos en beneficio del país. Creó escuelas de dibujo, de matemáticas y náutica.
Por otro lado, en 1798, redactó lo que podemos considerar el primer proyecto de enseñanza estatal, gratuita y obligatoria presentado en lo que hoy es la Argentina. En él planteaba que era imposible mejorar las costumbres y «ahuyentar los vicios» sin educación, y proponía que los cabildos creasen y mantuviesen con sus fondos escuelas «en todas las parroquias de sus respectivas jurisdicciones, y muy particularmente en la campaña». Y al hacerlo sostenía que era «de justicia» retribuir de este modo la contribución que, con sus impuestos, hacía la población para el sostenimiento del Estado.
Años después, dos meses antes del inicio de la Revolución de Mayo, lo expresaría en estos términos: “¿Cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten los vicios, y que el Gobierno reciba el fruto de sus cuidados, si no hay enseñanza, y si la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos? Hubo un tiempo de desgracia para la humanidad en que se creía que debía mantenerse al Pueblo en la ignorancia, y por consiguiente en la pobreza, para conservarlo en el mayor grado de sujeción; pero esa máxima injuriosa al género humano se proscribió como una producción de la barbarie más cruel, y nuestra sabia legislación jamás, jamás la conoció […]. Pónganse escuelas de primeras letras costeadas de los propios y arbitrios de las Ciudades y Villas, en todas las Parroquias de sus respectivas jurisdicciones, y muy particularmente en la Campaña, donde, a la verdad, residen los principales contribuyentes a aquellos ramos y a quienes de justicia se les debe una retribución tan necesaria. Obliguen los Jueces a los Padres a que manden sus hijos a la escuela, por todos los medios que la prudencia es capaz de dictar.
Cabe señalar que, La Asamblea Constituyente premió a jefes y soldados y obsequió a Belgrano un sable con guarnición de oro y cuarenta mil pesos señalados en valor de fincas fiscales. Pero Belgrano respondió con abnegación y desinterés: el dinero –creía- degradaba la virtud y el talento entregado en defensa de la revolución.
“Pero cuando considero que estos servicios en tanto deben merecer el aprecio de la nación en cuanto sean de una virtud y frutos de mis cortos conocimientos dedicados al desempeño de mis deberes, y que ni la virtud ni los talentos tienen precio, ni pueden compensarse con dineros sin degradarlos; cuando reflexiono que nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos que el dinero o las riquezas, que estos son un escollo de la virtud que no llega a despreciarlas y que adjudicarlas en premio, no solo son capaces de excitar la avaricia de los demás, haciendo que por general objeto de sus acciones subroguen el bienestar particular al interés público, sino que también parecen dirigidas a lisonjear una pasión seguramente abominable en el agraciado…; he creído de mi honor y de los deseos que me inflaman por la prosperidad de la patria, destinar los expresados cuarenta mil pesos para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras…”
Manuel Belgrano
ECOLOGISTA
En su Memoria de 1796 al Consulado apuntaba que "fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio" eran los tres grandes objetos sobre los que debía ocupar la atención y cuidado de parte del Estado.
Para corregir los vicios y la ignorancia proponía establecer una escuela de agricultura donde instruir "a los jóvenes labradores" convirtiéndolo en el precursor de las escuelas agrotécnicas cuya primera fundación es de agosto de 1883.
En dicha Memoria apuntaba: "No se debe menos atención a los montes. Es indispensable poner todo cuidado y hacer los mayores esfuerzos en poblar la tierra de árboles, mucho más en las tierras llanas, que son propensas a la sequedad cuando no estaban defendidas; la sombra de los árboles contribuye mucho para conservar la humedad, los troncos quebrantan los aires fuertes y proporcionan mil ventajas al hombre. Así es que conocida en el día en Europa, se premia a todos los que hacen nuevos plantíos, señalando un premio por cada árbol que se da un tanto arraigado y sin esto, los particulares, por su propia utilidad se destinan a este trabajo, además de haberse prescripto leyes por los gobiernos para un objeto tan útil como este".
EL BUEN EJEMPLO
Citaba y proponía como buen ejemplo lo que el reconocido jardinero y ensayista ingles John Evelyn, -autor de más de 30 obras sobre forestación- en su libro Discurso de árboles forestales en su primera edición de 1663 señalaba que había "algunos cantones de Alemania que no se puede cortar árbol ninguno por propio que sea, para los usos de carpintería, sin antes haber probado que se ha puesto otro en su lugar, añadiendo a esto que ningún habitante de la campaña puede casarse sin presentar una certificación de haber comenzado a cultivar un cierto número de árboles. También asegura y, me es notorio, que en Vizcaya hay mucho cuidado para todo propietario que corte un árbol ponga en su lugar tres".
Ya estaba Belgrano conociendo la realidad y la burocracia que bien señaló José María Mariluz Urquijo, y no buscaba irse a buscar leyes foráneas, al contrario señalaba que los códigos del reino "están llenos de las disposiciones más sabias que se pueden desear en la materia, sin contar con infinitas pragmáticas, cédulas y órdenes reales, con que nuestros Augustos Soberanos, atendiendo al bien y felicidad de sus vasallos, han procurado el adelantamiento de los bosques, montes, etc.".
Para ello proponía en principio cercar las propiedades "con los mismos árboles, particularmente los que se destinan para sembrar", poniendo como ejemplo los beneficios que resultaban como se había comprobado en "Inglaterra, Alemania y demás países de Europa, incluyéndose igualmente parte de la España que es la Vizcaya".
Daba a conocer el resultado de dichos cercos para la fertilidad del terreno, defensa de los grandes cientos, para conservar "algún tiempo más la humedad, siendo de árboles como propongo, pueden franquear leña a los dueños para sus necesidades y frutos en los tiempos en que la naturaleza los dispensa y, además, con el tiempo, podremos tener madera en abundancia para nuestros edificios y demás usos, acaso hacer el servicio de la Metrópoli y el comercio.
ECOLOGÍA
Manuel Belgrano, como Secretario del Consulado de Buenos Aires, se preocupa del fomento de los recursos naturales. En sus escritos, expresa:
“Si nuestros antepasados hubieran pensado sensatamente en estas cuestiones otro sería el destino de la misma España, y otras las posibilidades de nuestras provincias de América para ayudarle. No se crea que al hacer la pintura de nuestro abandono, intentamos ofender a nuestro gobierno sabio, que desde los principios de la conquista de estos países se ha esmerado constantemente en dirigirlos a su prosperidad, ni que tratemos de manchar el honor de alguna corporación, ni de algún otro particular; las declamaciones son contra la general propensión que existe para destruir y la ninguna idea para conservar, reedificar o aumentar lo que tan prodigiosamente nos presenta el primer gran la naturaleza”.
Belgrano puede ser definido como el primer gran ecologista argentino pues, como hombre gran conocedor del país, sostenía:
“Todo se ha dejado a la naturaleza; mas es, aun esta misma se ha tirado ha destruir, si cabe decirlo así por todas partes que se recorra en sus tres reinos: animal, mineral y vegetal, sólo se ven las huellas de la desolación. Y lo peor es que se continúa con el mismo, o tal vez mayor furor sin pensar y detenerse a reflexionar sobre las execraciones que merecemos de la posteridad y que ésta llorará la poca atención que nos debe”.
Se experimentaba la destrucción de muchas especies y ello le hacía temer a Belgrano que pudieran llegar a extinguirse. Al ver la destrucción de los montes y bosques, siendo utilizadas sus maderas y leñas para hacer fuego, manifestaba:
“Perecieron los bosques como el inmenso mar respecto de la corta población que teníamos y aún tenemos, si se atiende a los grandes territorios que poseemos, y sin atención a las consecuencias, no hay estación que sea reservada para los cortes, éstos se ejecutan a capricho y hemos visto a los Montaraces dar por el pie a un árbol frondoso, en lo más florido de la primavera, sólo para probar el filo de las hachas”.
Belgrano se preocupaba al observar la muerte indiscriminada de tantos árboles, dado los perjuicios que produciría a las generaciones venideras el no poner remedio a la depredación. Insistía para que todos los hombres públicos reglaran “esta materia por demás importante”.
Al referirse a los plantíos afirmaba que debían ser uno de los objetivos principales y protegerlos lo ponía en “el rango de las virtudes –no teologales- pero sí del nivel de aquellas morales, que hacen a la vida de la sociedad y con más particularidad a la de todas las provincias que conforman el Virreinato del Río de la Plata, cuyas llanuras inmensas así lo exigen no menos que las necesidades de la Gran Capital”.
Belgrano afirmaba que “hacer plantíos es sembrar la abundancia en todas partes y dejar una herencia pingüe a la posteridad”. Este importante objeto fue preocupación de los gobiernos desde la más remota antigüedad:
“Ha habido héroes en este género, como en el arte de la destrucción del género humano, y de las devastaciones de los países, seguramente con el mejor título a tan digno nombre. De Cyro cuenta la historia que cubrió de árboles toda el Asia Menor. Qué hermoso es adelantar de este modo la tierra. Llenarla de una variedad de escenas tan magníficas como las que presentan los árboles majestuosos; es en algún modo acercarse a la creación. Catón, en su libro sobre la Vida Rústica, dice que para determinarse a edificar se necesita mucho tiempo, y comúnmente no se ejecuta; pero cuando se trata de plantar, es absurdo detenerse a deliberarlo, debe plantarse sin dilación…”.
Toma como ejemplo a Virgilio, quien escribió un libro en donde recomendaba plantar tomillo, pinos y otros árboles aptos para la producción de buena miel.
Elogia la labor de Melchor Albin, contador de la Real Renta de Correos de Buenos Aires, por su afición a hacer en sus horas libres de trabajo “bellos paisajes con plantíos de especies extranjeras y autóctonas, que iban embelleciendo los alrededores de Buenos Aires”. Con el asesoramiento del ingeniero agrónomo Martín de Altolaguirre experimentó la adaptación de distintas plantas provenientes de diferentes regiones de América, buscando resolver los problemas de terreno y climáticos. Desde Montevideo, Francisco de Asís Calvo remitía semillas de roble para propagar su cultivo en la zona de la Ensenada de Barragán.
Para lograr el objetivo de poblar a lo largo del río, se fundó el pueblo de San Fernando de la Buena Vista, proyecto que había sido interrumpido por las invasiones inglesas de 1806. Poco después, el Consulado ofrecía veinticinco pesos de premio al vecino de la zona que plantase en las inmediaciones del canal, cien pies de álamos y los tuviese arraigados para el próximo año. Debían certificar esta tarea el cura párroco y el comandante de ese pueblo. Melchor Albín procuraría las cien plantas para llevar a cabo estas primeras experiencias en San Fernando, a fin de rescatarse buena parte de los terrenos inundables e insalubres.
También se ocupó de evitar la matanza indiscriminada del ganado vacuno y yeguarizo, prohibiendo la matanza de las hembras preñadas, entre otras medidas.
Aconsejaba que se favoreciera la producción de lanas de vicuña. Belgrano proponía con sabias leyes evitar “las bárbaras costumbres de correr y matar a los inofensivos animalillos para esquilarlos”.
La labor de Belgrano como Secretario del Consulado fue
incansable. Volcó los informes de los Diputados Consulares en el Correo de Comercio, para lograr que la opinión pública tomara conocimiento de la situación del país y se interesara por mejorarla. Su preocupación por la ecología, demuestra que Belgrano fue un verdadero adelantado para su época.
MÁS INFORMACIÓN
De Belgrano nos interesa su esfuerzo por conservar los bosques y los suelos. Belgrano tenía la impronta de los fisiócratas y se enfrentaba a lo que hoy sería la doctrina monetarista.
La economía de los reyes se basaba en el dinero y en los metales preciosos. Pero la economía de los pueblos tiene que estar basada en el cultivo de la tierra.
Podemos sospechar que la Primera Junta de Gobierno se lo sacó de encima mandándolo a la guerra para que no cuestionara los intereses de los comerciantes del Río de la Plata. Belgrano molestaba por sus ideas económicas.
A principios del siglo XIX, el famoso naturalista y explorador Alexander Von Humboldt, desarrolla la primera mirada ecologista moderna con una concepción integradora de la naturaleza.
El pensamiento ecológico y ambiental de Humboldt fue tomado por Belgrano, pero también por Simón Bolívar en lo que ahora es Venezuela; en Colombia por Francisco José de Caldas y en Uruguay por José Artigas.
FALLECIMIENTO
Belgrano murió en la pobreza total el 20 de junio de 1820 atacado por una agobiante enfermedad en una Buenos Aires asolada por la guerra civil que llegó a tener ese día tres gobernadores distintos. “Pienso en la eternidad, adonde voy, y en la tierra querida que dejo…”, comentó antes de morir. Sólo algunos parientes y dos o tres amigos acompañaron sus restos. El Despertador Teofilantrópico fue el único periódico que se ocupó de la muerte de Belgrano. Para los demás no fue noticia.
(Felipe Pigna, El historiador)
La representación más conocida de la muerte de Manuel Belgrano el 20 de junio de 1820.
La muerte de Belgrano pasó inadvertida y, de algún modo, marcó el final de una época. Como anota la historiadora Noemí Goldman “con la caída del poder central en Cepeda se disolverá el Congreso de Tucumán y la autoridad que él había impulsado —la figura del Director Supremo de las Provincias Unidas, como Pueyrredón y luego Rondeau— mientras surge una nueva entidad política, la provincia de Buenos Aires. Se disgrega la antigua estructura virreinal”.
“Triste funeral, pobre y sombrío, que se hizo en una iglesia junto al río, en esta capital al ciudadano, brigadier general Manuel Belgrano”, escribió el sacerdote Castañeda en su periódico, “El despertador teofilantrópico”. En junio de 1820, fue el único diario que lo recordó, en una ciudad temerosa por las tropas del caudillo santafesino Estanislao López y el entrerriano Francisco Ramírez, mientras tres gobernadores se disputaban el poder. Uno de los gobernadores era Estanislao Soler, apoyado por López y el Cabildo de Luján. El otro era Ildefonso Ramos Mejía, quien ese mismo 20 de junio renunció ante la Junta de Representantes. El tercer gobernador en disputa era el Cabildo de Buenos Aires, que ante la renuncia de Ramos Mejía decidió reasumir el poder.
Belgrano murió a las 7 de la mañana, en la casa de su padre, el comerciante Domingo Belgrano. Tenía 50 años y el hígado destrozado. Como relata Mitre, el abo gado educado en Salamanca, el hombre que había salvado la Revolución de Mayo con las batallas de Tucumán (1812) y Salta (1813), estaba en la miseria. El mármol de la cómoda de un hermano suyo, Miguel Belgrano, se usó como lápida. El ataúd de pino, cubierto con un paño negro y cal, se ubicó junto a la puerta del atrio de Santo Domingo. Belgrano le había pagado a su médico, el escocés Redhead, con un reloj de bolsillo. Otro amigo médico, Juan Sullivan —que haría la autopsia— tocaba el clavicordio para alegrarlo en sus últimas horas. Murió rodeado de frailes dominicos, familiares —como su hermana Juana— y algunos amigos, como Manuel de Castro y Celedonio Balbín.
Aquel “fatídico año de 1820” como lo llamaron quienes lo vivieron, Buenos Aires tuvo en pocos meses una decena de autoridades elegidas por cabildos abiertos, elecciones indirectas y revueltas militares, hasta que en octubre se afirmó Martín Rodríguez, apoyado por las milicias de hacendados como Juan Manuel de Rosas. En abril de 1820 el gobernador era Ramos Mejía y le había pagado a Belgrano 300 pesos a cuenta de sueldos atrasados —más de 13.000 pesos, según los estudiosos— como jefe del Ejército del Perú, un cargo para el que había sido nombrado en agosto de 1816 por el entonces Director Supremo, Pueyrredón.
Como no había dinero en las cajas del Gobierno, Ramos Mejía pagó también con 250 quintales de mercurio —propiedad fiscal— que Belgrano podría vender para “socorrer mis extremas necesidades que no admiten espera”, como le escribió en una carta a la Junta de Representantes porteña. El 26 de mayo, la Junta dispuso que el Gobierno le diera 500 pesos más y el 7 de junio, otros 1.500.
Desde fines de 1816 y hasta setiembre de 1819, cuando renunció por su mala salud, Belgrano estuvo al frente de un ejército de 2.400 hombres y 12 cañones estacionados en Tucumán. Cada vez más enfermo, debía cuidar las espaldas de Güemes, que sostenía el frente norte en Salta contra las invasiones españolas que venían del Alto Perú. También sin dinero, en abril de 1819 le escribía a su sobrino Ignacio Alvarez Thomas: “El ganado no aparece y yo no lo he de arrebatar de los campos, tampoco los caballos que me dice el Delegado Directorial, ni pienso tocar uno que no sea venido de ese modo o comprado. Desengañémonos, nuestra milicia, en la mayor parte, ha sido la autora con su conducta de los terribles males que tratamos de cortar”.
Lejos ya de aquellas penalidades, la segunda muerte de Belgrano —el “figurado entierro” de que habla Rafael Alberto Arrieta— llegaría un año después de su muerte real, el domingo 29 de julio de 1821. Un funeral cívico, modelo para los que se repetirán después, como el de Manuel Dorrego en 1829. Según cuenta Arrieta, desde la mañana el cañón del Fuerte de Buenos Aires disparaba una salva cada cuarto de hora, anunciando que la ciudad estaba de duelo. El cortejo salió de la casa mortuoria a las 9 y llegó a la Catedral al mediodía, porque iba parando en cada esquina. Un armazón que supuestamente llevaba el cuerpo de Belgrano, era cargado por frailes. Los comercios estaban cerrados, la gente se agolpó en la Plaza Mayor para ver la formación de regimientos de línea y artillería, con uniformes de luto.
Cuatro cañones dispararon cuando el cortejo entró en la Catedral, encabezado por el gobernador Martín Rodríguez y sus ministros, entre ellos Bernardino Rivadavia. Allí se veían banderas ganadas a los españoles, iluminadas por velones de cera. Valentín Gómez recordó a Belgrano desde el púlpito, luego de la misa. Y a la tarde, la elite se reunió en la casa de Manuel Sarratea, frente al atrio de Santo Domingo, para un banquete abierto con el brindis de Rivadavia, que propuso una campaña para recolectar fondos y fundar cerca una ciudad, llamada Belgrano.
A la noche siguiente, la actriz Ana María Campomanes dedicó la función en el Teatro Coliseo “al ilustre porteño gene ral don Manuel Belgrano”. Se estrenó una obra patriótica “La batalla de Tucumán”, que siguiendo el estilo neoclásico de la época, mostraba a Belgrano compartiendo el Olimpo con los dioses griegos.
El culto a Belgrano se afirmó en 1873, cuando el presidente Sarmiento inauguró la estatua ecuestre en la Plaza de Mayo. En 1887 Mitre publicó su monumental biografía. En 1903 Roca inauguró el mausoleo en Santo Domingo. Y en 1938, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el presidente Roberto Ortiz estableció por ley el 20 de junio como Día de la Bandera, creación de Manuel Belgrano, quien hizo una bandera a principios de 1812 usando los colores blanco y celeste conforme a los de la escarapela ya oficializada, ya que la bandera oficial finalmente adoptada fue la que estableció el Congreso de Tucumán -como símbolo patrio de las Provincias Unidas del Río de la Plata- mediante la ley del 26 de julio de 1816, la dividió en tres franjas horizontales de igual tamaño, de color celeste la superior e inferior y de color blanco la central, a la que se le agregó el Sol de Mayo, establecido por la ley del 25 de febrero de 1818.
Miguel Volonnino 03/06/2020. Tapiales La Matanza
Fuentes: Felipe Pigna, "El historiador".
Abad de Santillán, "Historia Argentina", Tipográfica Editora Argentina, Buenos Aires, 1981.
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